Diseñadora de ropa

"Qué puntas, qué ropa, qué vida"- pensaba postrada en cama. Había sido tan brillante en el colegio, instituto, y ahora era sólo una borracha más que se había lesionado y casi matado del listado de la enfermera rubia parecida a Lisa del videojuego "Silent Hill".

Se acordó de algunas canciones, y de los dibujos que pintaba cuando era pequeña.  Y hacía unos diseños muy bonitos, originales y clásicos, y todas esas personas vistiendo tan vulgar, como niños discapacitados de colegio, con ropas que les venían hasta pequeñas... ¿Y si abriera una tienda? ¿Y si realizara mis diseños?

Pues sí. Primero, abrir con varios diseños, segundo, ir creando los propios, ejemplares únicos a mostrar, y realizar si gustaban, a medida. Como los modistos de antes, tallar con las telas y coser con las proporciones marcadas. Con su máquina, con sus conocimientos de ese curso que realizó gracias a la revista.

Sí, cerca del parque, donde está la farmacia. Donde puede ir andando y desestresarse con la caminata. Algo costará, pero aún tiene la herencia de la abuela, y puede pagarlo. Avisaría a su madre cuando saliese y se tiñiera bien de nuevo el pelo, de rubia. Nada de mechas rojas, esto ya no le encaja. Y se volvería a poner ese vestido de encaje, aquél que él tanto odiaba  y con el que no le quería dejar salir a cenar porque la prefería con esas camisetas masculinas y vaqueros de mamá que le quedaban tan mal pero que a él le gustaban porque la masculinizaban (demasiado), y sí, le daría la buena, al mes del negocio, para decirle su bien cambio de vida. La presentación visual es importante para las ventas, clientela y bienestar. Eso sí, seguiría en terapia. Al menos, unos meses. Odiaba verse así, como una ilegal usada, mal teñida y deshechada, que no se quiere, y quería volver a ser aquella chica que ponía a sus muñecas los mejores vestidos y las sacaba a bailar, sin consumo de trippies ni abuso de alcohol...